Las personas con discapacidad incomodan a las empresas, la inclusión laboral se vuelve “obsoleta” para Confindustria

Ley 68/99
La inclusión laboral está desfasada de los tiempos, afirma el periódico. Es una pena que, gracias a esta ley "obsoleta", muchas personas que antes se quedaban en casa ahora generen PIB.

Hace unos días , apareció un artículo en Il Sole 24 Ore que nos invitaba a considerar la Ley 68/99 sobre la inclusión laboral de las personas con discapacidad como una ley desactualizada y, en consecuencia, obsoleta y anticuada. Discrepamos en este punto. La Ley 68/99 nació en un período propicio para la expansión de los derechos sociales y el fortalecimiento de la protección en materia de inclusión, y representa la culminación de un proceso regulatorio iniciado años antes con otras leyes y que contribuyó decisivamente a visibilizar y dignificar a las personas con discapacidad, quienes han visto su condición evolucionar hacia una etapa cada vez más frecuente de independencia y emancipación.
Durante muchos años, las normas que conforman la ley en cuestión han representado un unicum absoluto en Europa y más allá, y aún hoy, en muchos casos, se consideran vanguardistas, hasta el punto de que otros países las toman como modelo a la hora de legislar sobre inclusión. De hecho, la esencia de la ley transforma decisivamente el concepto, lamentablemente aún generalizado, de persona con discapacidad: de una carga que debe asumir exclusivamente la comunidad a un recurso capaz de autodeterminarse y que contribuye al crecimiento del PIB nacional. Esto es lo que ha hecho en estos veinticinco años para miles de personas que, gracias a este cambio de paradigma, han podido construir proyectos de vida autónomos y duraderos, tomando plena posesión de su existencia. El problema es otro, y cualquiera con capacidad de análisis libre y objetivo no puede dejar de verlo.
La Ley 68/99 es, por su propia naturaleza, una ley incómoda porque interviene en las obligaciones de la plantilla de las empresas, porque libera a las personas con discapacidad y a sus familias de la necesidad, porque socava algunas de las dinámicas de favoritismo que la mala política alimenta en muchas zonas del país, porque rompe el estigma cultural y transversal de la ecuación enfermedad-incapacidad. La Ley 68/99 es una ley incómoda, tengamos esto presente. Es impensable que la solución que se está imponiendo sea la de delegar en el tercer sector la responsabilidad prevalente de la contratación en materia de discapacidades cognitivas o intelectuales, con una actitud difundida por el nuevo Poncio Pilatos, que no refleja los valores fundacionales de una comunidad cívica y democrática.
Es una ley del Estado que, reiteramos, aporta dignidad y esperanza, y que debe ser defendida y apoyada. Y es justo que todos pongan de su parte y se hagan cargo de ella, empezando por la política, que se ha distraído durante demasiado tiempo de prestar atención a estos temas, pasando por las empresas, que tienen presente el deber de ejercer su función social, tal como lo establece la Constitución. Podemos continuar este análisis haciendo referencia a los organismos de inspección y control que sancionan, conforme a la ley, las innumerables infracciones relacionadas con su aplicación incorrecta o fallida, y terminando prestando especial atención a la posibilidad de derogación al aplicarla a nivel empresarial. Es una ley, quizás, mejorable en sus matices, pero cuya estructura sigue siendo absolutamente válida hoy en día y que debe aplicarse y protegerse porque tiene como objetivo la emancipación de los ciudadanos más vulnerables.
*Experto en políticas activas de invalidez **Presidente de Trabajo y Bienestar
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